Coitus interruptus: retirada o
marcha atrás.
Mi primera vez, ¡qué emoción, qué
nervios!
Sí, ya sé, un poco tarde, pero,
¿qué queréis?, no me atrevía, era un paso muy importante y debía estar
totalmente segura. Aparte de prepararme
para que todo saliera perfecto, “he de estar a la altura físicamente, ¿qué me
pongo?, que rabia, no voy a poder estrenar, con el subidón que da ir de
estreno, bueno, no pasa nada Lourdes, estarás bien de todas maneras, ahora
tocaba el momento y, sobre todo, debía decidir con quién dar este primer paso”.
Tenía que elegir al mejor. Me dejé aconsejar por las más experimentadas, y
todas coincidían en el mismo. “El mejor sin duda es el TRIATLÓN DE SANTA POLA”.
Pues nada, allá que voy.
Mi primer triatlón en aguas abiertas. Me inscribo, me preparo, me mentalizo, “hay que ir a muerte”, y llega el día, 7 de junio de 2015. Quedo con Dani para irnos juntos, sola iba a ponerme más nerviosa y no era plan. Llegamos a Santa Pola atravesando las impresionantes salinas y vemos que el mar está precioso y sobre todo, en calma. Bueno, un problema menos, tragaremos el agua justa, ni una gota más. El día era perfecto, claro y nítido, sin aire, sin olas, el mar que era lo que me daba más miedito, se dejaba invadir ese día por los 1.150 triatletas congregados para la ocasión, y el recorrido en BTT y a pie, lo conocía por el duatlón cross del año anterior. ¡Todo pintaba genial!
Las 10:00, comienza la prueba,
salen los chicos federados como alma que lleva el diablo y a los 3 minutos,
nosotras, las féminas, tan monas con nuestros gorritos rosa. Tan monas y tan
bestias, la de codazos , patadas y manotazos por doquier. ¡Chicas por Dios!
Vaya tropel, no hay espacio para nadar, sólo se perciben, gorros, brazos,
piernas, pero bueno, te dejas llevar y te haces un hueco como buenamente
puedes.
Al fin cojo un poco de ritmo
dejando ir al pelotón principal y empiezo a nadar lenta pero a gusto,
respirando y sin cansarme en exceso, siguiendo la dirección que toman las
cabezas que me rodean y mirando de vez en cuando la boya a alcanzar. A mitad de
camino, cuando ya estoy disfrutando de mi travesía, me empiezan a rodear
multitud de gorros verdes que pasan arrasando como si llevaran un tiburón en la
retaguardia, sin cuidado, sin mirar, cruzándose, algunos nadando a braza, de
espaldas (dejando caer la mano muerta sobre quien sea, sobre mí por ejemplo),
un tropel vamos.
No sucumbo a los golpes, como
dice mi compi Véro, “tú saca codos”, y sigo y al fin oigo la megafonía de la
playa que me indica que ya estoy llegando a la salida, se me ha hecho corto,
estoy super contenta. Salgo a la arena, fresca como una lechuga, ¡lo he
conseguido!, mi odisea marítima está superada con nota, ahora llega lo que
conozco y controlo más.
Salgo corriendo a boxes, cojo mi
bici (revisada el día anterior), mi casco, mis gafas y mis zapas y voy a por
todas, ale, al faro que me voy. El recorrido me lo conozco, salgo fuerte y voy
adelantando a bastante personal. Apenas llevo unos kilómetros de subida y
cuando estoy culminando el primer tramo duro oigo un “click” y se me va el pie
de la bici. Pienso, joder la cadena con lo bien que iba, bueno la meto y punto.
Miro hacia los platos buscando la cadena y, no está, Pero esto que eeeeeees? Como diría Mauricio
Colmenero, la muy “p*#*#*” está en el asfalto cual serpiente en medio de la
carretera.
Me quedo en estado de shock,
ahora qué hago, cómo se arregla esto, la gente que está viendo la carrera me
pregunta por no sé qué herramienta para arreglar cadenas, ¡qué fallo!, no
haberme echado la caja de herramientas a la espalda, no me pasa más. Uno me
dejaba hasta su bici, ¡más majo!, pero teníamos que cambiar el dorsal y no
había más bridas. En fin, me doy finalmente cuenta de que mi carrera llega
hasta ahí, me empiezo a bajar cabizbaja con la bici en una mano y la cadena en
otra. Los triatletas me animan como si me faltaran fuerzas para seguir, y al
enseñarles la cadena me ponen una carita que me dan ganas de consolarlos yo a
ellos. Me entra huevo y se me sueltan las lágrimas, sí, soy una breva, lo sé, pero es que estaba tan contenta de
cómo había nadado y tenía tantas ganas de terminar la prueba que me tenía que
desahogar así. Protección civil,
policías, cruz roja, todos dándome ánimos y que el año que viene más. Sí, pero
es que ¡yo quería este!
Llego abajo, los primeros chicos
ya están corriendo, veo un rato la carrera, pido una bolsa para la cadena en un
chiringuito que me estaba poniendo perdida de grasa, y me quedo a ver un rato
la carrera. Joder qué rabia, voy a boxes a ver si puedo dejar al menos la bici y me voy a pegar un baño y a
limpiarme de grasa. Llamo a una juez y le cuento la película, y ¡de pronto! se
me ocurre preguntarle si habría alguna posibilidad de realizar el tercer segmento,
los 5.000 de carrera a pie, siendo consciente de que estoy descalificada. La
chica me dice que eso no es muy ortodoxo pero que, de todas maneras, lo va a
preguntar. Yo ya me resigno y voy viendo cómo llegan las chicas a boxes con sus
bicis, y sus cadenas puestas, ¡que envidia! No como yo, que la llevo en una
bolsa.
De repente llega la juez y me
dice: “entra, deja la bici y vete a correr”.
¡No me lo creo! Le doy las gracias como 100 veces y me voy a mi sitio,
dejo la bici en mi posición de boxes, la cadena y el casco en la cesta, y echo
a correr más contenta que unas pascuas. Pillo a Véro, corro un rato con ella,
le explico lo que me ha pasado y como voy fresca e hiper motivada
, sigo a más ritmo que yo lo que quiero es cansarme, y vaya si lo consigo, con
el calor que hacía y a buen ritmo, en unos minutos ya estoy asfixiada. Adelanto
a bastantes corredores, ¡claro!, si es como si acabara de empezar, y acabo mi
5.000 contenta. Me dan mi medalla, estoy con los compañeros en la zona de
avituallamiento final, más feliz que una perdiz, y no como una apestada fuera
de la carrera y con mi bici rota. La cosa cambia bastante. En fin, gracias a
esa juez tan molona, a mi tenacidad para poder entrar de nuevo en la
competición y como colofón el pasico femenino, again, al pódium terceras por
equipos. Subo con ellas, ¿somos un
equipo no?
Pues esa fue mi primera vez, el
primero de muchos triatlones en aguas abiertas , un poco caótico, pero como
todo lo que no es corriente, sé que lo recordaré más y mejor que si todo
hubiera transcurrido con normalidad.
Coitus interruptus con final
feliz.
¡VOLVERÉ!
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